Desde era niña, me fascina la naturaleza porque mis padres me habían enseñado la importancia y la belleza del aire libre. En EE.UU. visitaba muchos parques nacionales y viajaba a las montañas muchos veces. No obstante, crecí en la ciudad. Una ciudad en expansión en que la gente refleja la idea que más es siempre mejor. Allí, el materialismo es prácticamente un símbolo de estatus, por lo tanto la gente quiere más de todo: más autos, más ropa, casas, refrigeradores, y lavadoras más grandes, etc. Mi experiencia con el materialismo estaba un poco diferente de la mayoría de mis amigos estadounidenses porque mis padres tienen valores basados en la cultura húngara, especialmente porque en parte de su época Hungría fue bajo de control soviético, y esto significa que los recursos eran escasos. Esta combinación de mi aprecio por la naturaleza y el uso de casi sólo lo que necesito ha despertado mi interés en la sosteniblidad. En la universidad, había aprendido que en general la gente que vive en los ciudades consume menos que aquellos que viven en zonas rurales. Sin embargo, es muy evidente que la consumación también varía tremendamente de un país al otro. Por ejemplo, me he dado cuenta que mis papás han integrado a lo largo de los años y están más relajados y cómodos con ser consumidores. Con esta relajación, la línea entre lo que necesitamos y lo que queremos se vuelve borrosa. La vida en Santiago me ha ayudado a redescubrir la línea. Desde el principio me da más atención a la manera de que los chilenos utilizan sus recursos. Durante la orientación con la programa de intercambio, nos dijeron que debemos ser conscientes de nuestras acciones diarias, tales como cuánto tiempo nos duchamos y para apagar las luces cuando no son necesarios. Mi pensamiento inicial fue que esto será fácil porque soy hija de inmigrantes y ya presto la atención a estas cosas. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que no estaba tan acostumbrado a ser ingeniosa como yo había pensado. Las primeras semanas en Santiago fueron retos de transición de mis hábitos en algunas maneras. Sin duda, viviendo con el frío era el mayor desafío. En Colorado, todas las casas están conectadas a una sistema de calefacción central porque muchos días en el invierno la temperatura es bajo cero. Entonces estoy acostumbrada al frío, pero afuera de la casa y los edificios. Aquí tuve que tener mucho cuidado con las estufas. Tengo mucho suerte que mi familia chilena me proporcionó con una estufa eléctrica, pero el mismo tiempo ha sido una responsabilidad grande. Mi segunda semana en Chile estaba un poco resfriada. Por lo tanto, me quedé en casa más de lo usual y entonces usé la estufa más también. La próxima semana, mi mamá chilena me recordó que no podía dejar la estufa durante toda la noche. Le dije que nunca lo dejé en toda la noche, pero me di cuenta que incluso el uso de la estufa mucho durante el día puede impactar significativamente la cuenta de energía.